martes, 22 de diciembre de 2009

Descubrimientos #1.

Foto tomada por mí.

Apenas y podíamos medio abrir los ojos. La brillante y molesta luz del sol a las 7am nos cegó por completo, aunque era invierno y se supone que el sol debe brillar menos. No sentíamos nuestros cuerpos. Intentamos mover nuestras piernas y cuellos pero era algo parecido a una misión imposible. Habíamos pasado toda la noche acostados en el piso frío de la parte trasera de la casa y estábamos congelados hasta las pestañas. Todo porque, como siempre, como todas las noches, terminamos peleando por cualquier cosa.

Al rato, con el aumento de temperatura, gracias al increíble sol de ese no común invierno, lo primero que pudimos mover fueron nuestras manos, nuestros dedos… fue cuando nos dimos cuenta que estaban unidas, que habían permanecido unidas todo la noche. Paulatinamente, recuperamos la movilidad de nuestro cuerpo y enseguida logramos mirarnos. Nos mirábamos, siempre lo hacíamos, no parábamos de hacerlo, las miradas no esconden mentiras, las mentiras que solíamos decirnos cuando peleábamos. Sólo nos mirábamos, a pesar de ser unos habladores de primera… pero es que definitivamente, ambos éramos distintos cuando estábamos juntos, completamente.

Aunque ya habíamos recuperado las fuerzas para movernos, levantarnos, irnos hacia el interior de la casa, tomarnos un chocolate caliente y empezar a trabajar, cada uno en su laptop, cada uno en lo suyo, ninguno de los dos quería moverse de ese lugar. Era como si una magia nos hubiera envuelto en ese lugar y momento y nos permitía ver un mundo más amable, menos amargo, más accesible. El “no podíamos” se convirtió en un “no queríamos” salir de allí… y ahí nos quedamos, recordando, cada uno a su manera, la forma en la que habíamos llegado hasta ese lugar.

Estábamos en la sala, discutíamos porque toda su vida era siempre el trabajo, mañana hacer planos, en la tarde modificar planos, en la noche revisar planos. Peleaba por un poco de atención, por un poco de amor, por un poco de valoración. Sí, así como lo hacen los nenes con sus berrinches, porque al lado de él me convertía en una completa bebé. Me hacía sentir como un objeto en ocasiones, también. Como siempre, negó todo lo que le decía, claro, porque él siempre tenía la razón. Lo dejé hablando solo, como lo hacía cuando se ponía así de necio, cuando no quería seguir hablando, peleando, cuando ya las fuerzas, ganas y paciencia para seguir se extinguían. Lo dejé hablando solo. No quería verlo. Quería estar sola y me fui a la parte trasera de la casa, me dejé caer sobre el piso frío. Siempre me ha parecido tan tranquilizante tirarme al piso a pensar en nada.

Él sabía lo sensible que era y que, seguramente, estaría tirada en el piso, llorando. Luchaba con su lado frío que lo hacía pensar “¿y a esta muchacha qué le pasa?” y con su lado humano “¿qué rayos he estado haciéndole? Como pude ser tan animal”. Pero ganaba la mayoría de las veces el orgullo, lo frío. A pesar de ello, fue hacia donde estaba yo, me vio tirada en el piso, se acostó a mi lado… lo único que dijo fue “miss u niña”. Cerré mis ojos y gire mi cabeza hacia el lado contrario de la suya… no dejaba de mirarme. Su orgullo estaba consciente del daño que él había estado ocasionándome a lo largo de 4 meses.


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