jueves, 7 de enero de 2010

Entre el deseo y el deber.

Saboreas el último pedazo de casabe. Sientes como éste viaja lentamente por tu garganta. Piensas, no sabes qué hacer. Te sientas, te levantas, te vuelves a sentar. Lo piensas, lo piensas y lo vuelves a pensar. Tus dedos sobre tus mejillas, sobre tu frente, dan fe de ello. Tienes claro lo que debes hacer pero el deseo, siempre el bendito deseo, te condena y se adueña de ti. Lo que debes hacer y lo que DESEAS hacer. Comerle los labios y la vida sin pensar en terceros, en los demás, en el futuro, en el después.

Tienes una vida, tienes ocupaciones y responsabilidades, tienes aspiraciones e ideales muy separados en el tiempo de los de ella. El tiempo que nunca favorece y más bien entorpece. Siempre atrasado o adelantado, nunca exacto.

Ves su sonrisa y todo el discurso anterior, todos los “adiós” y peleas pasadas se desvanecen, te dices “TENGO QUE ESTAR CON ELLA”. Imaginas las noches de amor con ella, los tibios despertares. Su olor por las mañanas… te encanta su olor por las mañanas, te encanta que dure mil horas duchándose. Hasta su aliento te encanta, te parece familiar. Podrías estar desnudo sobre su cintura el resto de tus días. Lo sabes.

Trabajar, casarte, tener tu casa, sentirte estable. Lo que tú y todas las personas de este mundo buscan. Estabilidad. Buscas estabilidad, justo esa estabilidad que ella, en este momento de su vida, lleno de tantas y tantas cosas, no puede darte. Pero igual quieres estar con ella.

En tu cabeza retumba “estabilidad…estabilidad”… no queda más remedio que el adiós y tres “lo siento” al final.

1 comentario:

Pedro dijo...

No digo esto por burlarme:

Cuando leí la primera oración -"Saboreas el último pedazo de casabe"- supe que esto no podía terminar bien. Una historia que comience comiendo casabe no promete un final feliz.